Mientras el futuro bebé permanece en el claustro materno se siente relativamente cómodo: recibe todos los nutrientes que necesita, flota en un líquido agradable de temperatura, está rodeado de blandas paredes y, en su oscuridad, disfruta de sonidos tan interesantes como el de la voz de su madre cuando habla o canta, que le llegan sobre un fondo de ruidos relajantes como los de la corriente sanguínea y los latidos del corazón materno.
Nacimiento del bebé
Pero llega un día en que este estado de “dolce vita” se interrumpe. Sin saber, por qué, se siente empujado hacia un estrecho rincón en el que se ve forzado a introducir la cabeza. Y lo peor es que sigue siendo empujado hasta que de repente se encuentra en un ambiente desagradablemente frío, con una desconocida y agresiva luz que le hiere en los ojos. Por si esto no bastara, en lugar del suave entorno donde había permanecido, ahora se encuentra manoseado, sometido a la operación de cortarle el cordón umbilical, lo que le produce falta de oxígeno, y vapuleado para que arranque a llorar y así llene de aire sus pulmones…
Ciertamente, según cómo se produzca el parto y todo lo que le sigue, las primeras sensaciones del recién nacido pueden ser para él un verdadero trauma.
Preparación para la vida
Los recién nacidos se hallan indefensos y necesitan protección, pero llegan más preparados de lo que se creía a lo largo de muchos años. Gracias a numerosos estudios, hoy se sabe que están en disposición de adaptarse perfectamente a la nueva situación e iniciar su desarrollo.
A tal fin pueden poner ya en acción sus cinco sentidos. Quizá los más desarrollados sean el oído y el olfato, pero el bebé también es capaz de registrar estímulos a través del tacto y es sensible a los contactos fríos y calientes. Muestra mayor aceptación por lo dulce que por otros sabores (salado, amargo, ácido) y, aun cuando al nacer no distingue bien las formas porque sus ojos son hipermétropes, vuelve la cabeza hacia la luz.
El sentido del oído del bebé
Ahora el bebé nota ruidos diferentes a los que oía antes de nacer. Esto puede producirle perturbaciones e incluso influir en su alimentación y desarrollo. Por esto las madres, instintivamente, aprietan incansables al bebé contra su corazón.
De esto modo, el niño se tranquiliza al oír el rítmico sonido al que está acostumbrado. En la universidad de Cornell (EE.UU.) se comprobó que un grupo de niños de corta edad sometidos a sonidos similares al ritmo cardiaco materno, lo que se hacía por medio de un altavoz, comían bien y registraron un desarrollo y aumento de peso normal, mientras que otro grupo de niños, privados de aquel sonido, comían mal y su desarrollo resultó deficiente, con un peso notablemente inferior.
Debido al desarrollo de su oído, el bebé reconoce la voz de la madre, pero también se sobresalta se le llega un ruido desacostumbrado. Hay que evitar, pues, al recién nacido ruidos molestos y rodearle de sonidos suaves: susurros, palabras cariñosas, nanas o incluso música clásica poco ruidosa, lo cual es mejor que dejarlo en silencio que le aburra.
El sentido del olfato del bebé
Otro sentido ya bien desarrollado es el olfato. Según los científicos, es el que guía al recién nacido hacia el pecho que ha de alimentarle. Eso se debe a las feromonas, sustancias de un olor característico que atraen instintivamente a las crías, tanto humanas como animales. La evaporación de tales sustancias es favorecida porque en la aréola mamaria hay una fina red de capilares que hace que su temperatura sea más intensa que en otras partes del cuerpo.
En un experimento publicado en Lancent, varios recién nacidos fueron colocados encima de sus madres con la cabeza entre los senos. Anteriormente al parto, uno de los pezones de cada madres había sido cuidadosamente lavado, y el otro no. Casi todos los niños se dirigieron en busca de alimento hacia el pezón no lavado.
Ya que el olfato del recién nacido muestra tal desarrollo, es fácil deducir la conveniencia de evitarle que tenga que soportar perfumes muy intensos y, sobre todo, malos olores que puedan molestarlo o incluso perjudicarle, como el humo del tabaco, el olor a colillas que impregnan la ropa de los fumadores o el de su permanente mal aliento.
El sentido del taco y la vista en el recién nacido
En cuanto a los sentidos del tacto y de la vista, desde su nacimiento hace falta dar al bebé ocasión de tocar, palpar, notar, lamer los objetos, así como de ver luces, colores y formas. Incluso por la noche es preferible dejarle encendida una lamparita para que no se encuentre sumergido en una oscuridad que pueda asustarle. La riqueza de su personalidad dependerá en mucho de todas sus sensaciones físicas iniciales.
Otras sensaciones de los bebés
Lo que mejor proporciona al recién nacido sensación de confianza en su entorno es el ser atendido y alimentado cuando lo necesita. El intenso contacto entre madre e hijo que se establece desde los primeros momentos que siguen al nacimiento produce también en la mujer una fuerte sensación positiva de protección sobre el pequeño y un aumento de confianza en sí misma y en su capacidad para criarlo saludablemente. Esta sensación puede paliar en gran manera la de desvalor que con frecuencia sigue al parto.
La mejor manera de criar a los hijos es la lactancia materna; pero no es la única. La atención física y el amparo emocional se producen en muchos ámbitos aunque la mujer no pueda criar a su bebé. Pero lo lazos de unión que se establece la madre con el hijo al que le da el pecho son de tal naturaleza que los beneficios para ambos perduran con el tiempo.
Aunque el proceso de vinculación recíproca entre madre e hijo puede iniciarse en cualquier momento,, el contacto directo entre ambos inmediatamente después del parto es especialmente importante, ya que alivia su tensión y contribuye de modo decisivo al bienestar de ambos en un momento en el que son especialmente sensibles a cualquier tipo de sensaciones.
Sean o no criados con el pecho, los bebés precisan estar en brazos de su madre. Una información de la Asociación Catalana Pro Amamantamiento Materno explica que tras un estudio realizado en Madrid por investigadores del Instituto Karolinska, de Estocolmo, se ha llegado a la conclusión de que le lugar más adecuado para el recién nacido es el regazo materno. Los recién nacidos necesitan el afecto y la protección de su madre. Este calor –físico y moral- les es tan necesario como la leche.
Y hay algo que decir también acerca del padre. El padre es importante. También el hijo necesita una adecuada figura del padre para crecer y desarrollarse hasta ser adulto.
Como escribe el doctor T. Crabtree en su libro “La confianza en uno mismo y la propia estimación”, “una feliz relación padre-hijo puede ser una cálida capa que proteja al niño de los vientos helados de la vida; una feliz relación padre-hija puede convertirse en una de las más gratificantes experiencias de la vida, incluso la más hermosa. Al recién nacido se le debe ofrecer amor en grandes cantidades: tenerlo en brazos, arrullarlo, acariciarlo, mantener el máximo de contacto reconfortante (tanto por parte del padre como de la madre). Los bebés necesitan muchos abrazos y caricias (y también los adultos)”.
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