Aunque parezca que en sus primeros días el recién nacido apenas haga otra cosa que mamar y dormir, su evolución es apasionante. En algunos días, su organismo sufre transformaciones considerables para adaptar sus condiciones de vida autónoma en el mundo exterior, tan diferentes de las que disfrutaba dentro del seno materno.
La temperatura del bebé
El bebé, que no respiraba porque su sangre oxigenada le era suministrada directamente por la madre, comienza su respiración: sus pulmones empiezan a respirar por primera vez.. Su circulación, que se hallaba unida a la de la madre a través de la matriz y la placenta, se independiza. Su piel, rodeada de un calor constante antes de nacer, se ve envuelta ahora en una atmósfera fría y, como llega desnudo y mojado, la evaporación le causa todavía más frío. Esto motiva una gran pérdida de calor, con lo que su temperatura es ligeramente inferior a la normal y, aunque se establece inmediatamente el mecanismo regulador de la pérdida de calor, hay que evitar a toda costa que el bebé se enfríe. Para ello, ordinariamente no se precisan procedimientos especiales; bastan las envolturas corrientemente empleadas y procurar que la habitación esté a una temperatura uniforme entre 18 y 20º C, sobre todo en los momentos de bañarse y vertirle.
Desde luego, hay que evitar las corrientes de aire y los cambios bruscos de temperatura. No hay que olvidar que el recién nacido tiene todavía muy frágiles los pulmones y que el frío podría perjudicarlos. En su cuna, se le debe cubrir bien y, en invierno, caldear su dormitorio.
Según el sistema de calefacción, hay que poner un recipiente con agua sobre la fuente de calor, para que al evaporarse el agua compense la sequedad del aire.
El sistema nervioso del bebé
El sistema nervioso también participa en este despertar general. De ello resulta un comportamiento particular, con estremecimientos de los miembros, de los párpados, de la mandíbula y de los labios, estrabismo, fases alternas de sueño y agitación, llanto, hipo y regurgitaciones de leche. Pero esto no dura más que unos días.
El sistema nervioso del bebé, ya adaptado a la vida, prosigue su desarrollo normal. Al cabo de aproximadamente una semana, el recién nacido posee ya su comportamiento propio, que se puede observar y estudiar, siendo conveniente la visita periódica del pediatra a fin de que sean realizados al bebé los análisis de Detección Precoz de enfermedades metabólicas, así como de eventuales retrasos del sistema nervioso.
El sueño del bebé
Este es el primer y único deber del recién nacido. Por eso no hace distinción entre el día y la noche. Duerme en cinco o seis períodos durante las veinticuatro horas.
La mayor parte de los recién nacidos prefieren dormir boca abajo. Acostándolos boca arriba, un pequeño vómito de leche podría ahogarlos. Cuando ya tienen algunos meses, se les debe acostar según sus preferencias individuales.
El recién nacido de cuando en cuando se despierta, se estira, bosteza, hace muecas, mueve ligeramente sus brazos y piernas, gime o da unos pequeños gritos y se vuelve a dormir. Es un poco como si continuara su vida intrauterina.
Por lo menos, esto es lo normal. Si el bebé no duerme continuamente, si se despierta llorando, puede deberse a que su alimentación es defectuosa o a que padece algún trastorno, por lo que se debe llamar al médico.
El llanto del bebé
Cuando el bebé llora es señal de que por alguna causa reclama atención. Puede ser que tenga necesidad de que se le cambie de postura, que haya que mudarle el pañal, que tenga hambre o sed o que quiera sentirse acompañado.
En este último caso, al satisfacer su deseo, queda de nuevo tranquilo y pacífico. Sin embargo, algunas veces continuará llorando. Es una verdad aceptada que un llanto que dura breves momentos no hace daño al bebé, por pequeño que sea, siendo al contrario un buen ejercicio respiratorio si no se prolonga demasiado tiempo.
Durante el primer año de vida hay que responder al llanto de un modo natural. Si después de haberlo atendido continúa llorando más de 15 minutos, aparentemente sin razón alguna, puede ser que no se encuentre bien y hay que tomarle la temperatura, llamando al médico si tuviera fiebre. No se gana nada dejando que llore.
Los "cólicos del lactante"
Son pocos los padres y madres que no hayan tenido la experiencia de los llamados “cólicos del lactante”, es decir, llantos que se producen de forma insidiosa y sin explicación aparente, en muchos bebés, entre la primera semana de vida y hasta los tres meses aproximadamente.
Hay que tener claro que todos los recién nacidos suelen ser calmados, pero que es preciso conocerlos progresivamente, observar su temperamento, su particular forma de ser y cuál es el mejor modo de tratarlos, comprobar que no existen causas objetivas para que el llanto se produzca y, sobre todo, mostrarse con ellos atentos y cariñosos y muy, muy tranquilos.
Los niños son especialmente sensibles a la tensión o al relajamiento de la persona que los sostiene, alimenta, los limpia, los viste, y juega con ellos o simplemente les acompaña. El estado de dicha persona les afecta como si les contagiara la tensión o la relajación. Al respecto, los expertos señalan que en todas las culturas en las que el niño permanece casi todo el tiempo en contacto físico con su madre (a la espalda, en brazos, etc.) el llanto sin razón aparente no existe.
Conversar con las criaturas, cantarles y jugar con ellas, particularmente después de alimentarlas, favorece su desenvolvimiento físico, intelectual y social. Y tomarles en brazos es el mejor modo de consolarlos cuando están afligidos. La satisfacción de sus necesidades desenvuelve en ellas confianza y es el fundamento de una personalidad saludable.
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