Existe un aforismo famoso en medicina que dice que “el hombre tiene la edad de sus arterias”. Lo que nos quiere señalar es que las arterias que son elásticas y blandas cuando somos jóvenes, con los años se hacen rígidas y duras.
La arteriosclerosis es la enfermedad más frecuente de las arterias. Consiste en una alteración anatomopatológica de tipo degenerativo de sus paredes, que no solo afecta a éstas sino que pone en peligro la función circulatoria sanguínea y, como consecuencia, la nutrición, oxigenación y actividad funcional de los diferentes tejidos y órganos de nuestro cuerpo.
La arteriosclerosis es típica de la tercera edad y ejerce una gran influencia en los fenómenos de la vejez, así como en los de la duración de la vida humana. Sin embargo, es cada vez más frecuente en edades más jóvenes como la iridología y las estadísticas así nos lo señalan.
Las arterias durante la juventud tienen la capacidad para dilatarse y contraerse, adaptándose a las exigencias de la circulación sanguínea que puede variar según la actividad funcional de los órganos y tejidos. Sin embargo, en la edad senil las arterias han perdido esa capacidad elástica; por lo tanto, no pueden dilatarse ni contraerse, de acuerdo con las necesidades funcionales de la actividad de los tejidos.
Esto no es difícil de entender, la flexibilidad que poseen los jóvenes no solo en sus arterias, sino en sus articulaciones, se va perdiendo, y con el tiempo la rigidez se adueña de las personas.
Arteriosclerosis e hipertensión
Se cree que la arteriosclerosis y la hipertensión van de la mano, dando a entender que hay una relación causa efecto entre ellas. Sin embargo, la arteriosclerosis puede presentarse con una presión normal e incluso con hipotensión. Sin embargo, en la vejez sí parece ser un binomio inseparable.
Saber hacer la distinción de cuál es la verdadera causa de la hipertensión es muy importante para el tratamiento porque la hipertensión que no va unida a la arteriosclerosis tiene un pronóstico menos inexorable que la que tiene su origen patogenético en un proceso arteriosclerótico, ya que éste por naturaleza propia es casi inmodificable porque comporta alteraciones estructurales profundas de las paredes arteriales.
Lesiones de las arterias esclerosadas
Las principales lesiones que puede presentar una arteria son:
Degeneración grasa y mucoide, que destruye las fibras conectivas y elásticas de la pared arterial.
Proliferación del tejido fibroso conectivo, que provoca un engrosamiento y endurecimiento (esclerosis) de la pared arterial.
Reblandecimiento ateromatoso (ateroma) localizado en las zonas esclerosadas y degeneradas de la túnica interna de los vasos. Esto produce una transformación de las paredes vasculares en una masa blanda, amarillenta denominada papilla ateromatosa.
Calcificación, es decir, depósito de sales de calcio en el espesor de la túnica íntima y media degeneradas y esclerosadas, en forma de placas duras, que producen en la arteria un mayor grado de consistencia y rigidez.
Arteriosclerosis según el tipo de arteria
No todas las arterias es esclerosan con la misma rapidez. Según estudios realizados hace muchos años las arterias que más se lesionan por orden decreciente son: la aorta, la arteria esplénica (del bazo), las arterias ilíacas y crurales (de las extremidades inferiores), las arterias coronarias (de las paredes cardíacas), las arterias cerebrales, las arterias uterinas, etc.
Por otra parte, no todas las arterias tienen la misma predisposición.
En las arterias de mayor calibre (aorta, arteria basilar del cerebro) predominan los fenómenos degenerativos y de reblandecimiento ateromatoso, por lo que tiene tendencia a dilatarse (aneurisma) y a ulcerarse en su superficie interna (úlcera ateromatosa).
En las arterias de mediano y pequeño calibre (arterias cerebrales, coronarias, arterias de los tejidos y de los órganos en general) predomina, en cambio, la proliferación fibrosa conectiva, lo que provoca un estrechamiento, llegando a una oclusión casi completa de la arteria. Este estado lleva a una desnutrición tanto de oxígeno como de nutrientes vitales para los órganos afectados provocando un bajo funcionamiento orgánico.
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