El peligro nuclear
Aun cuando puede decirse que la «era atómica» se inició el 6 de agosto de 1945, al estallar la bomba que en unos segundos borró la ciudad japonesa de kliroshima, la cosa venía de mucho antes.
En 1896, el francés Henri Becquerel descubrió la existencia de la radiactividad natural a partir de sales de uranio. En 1905, Einstein previó la fisión del átomo con emisión colosal de energía. Y, en 1919, el inglés Rutherford logró por primera vez la desintegración artificial del átomo sometiéndolo a un bombardeo de partículas emitidas por el radio.
A partir de 1932, comenzaron a construirse los aceleradores de partículas y se descubrió el neutrón. Y en 1939 se llegó al descubrimiento de la fisión, que permitía la liberación de energía atómica o nuclear.
La guerra nuclear
Si bien se han firmado tratados internacionales contra la carrera armamentista nuclear, ni todos los países se han adherido a ellos, ni todos los que lo han hecho cumplen lo acordado. La constante enemistad entre la India y el Pakistán aceleró la fabricación de misiles con carga atómica, lo que justifica los temores expresados por el cardiólogo y pacifista Bernard Lown, investido honoris causa por la Universidad Autónoma de Barcelona, que advirtió que todavía existe el peligro de que se extinga la vida en nuestro planeta si se desencadena una guerra nuclear.
En efecto, según un informe de la Asociación Médica Británica (BMA House, Tavistock Square, Londres), después de una guerra nuclear se produciría una catástrofe mundial, el «invierno atómico», en la que miles de millones de personas morirían de hambre. Todo cultivo sería imposible si, a causa de los residuos arrojados por las explosiones nucleares, sólo llegaba a la tierra la mitad de la luz solar acostumbrada.
Las centrales nucleares
El número de centrales nucleares en activo asciende a unas 435. ¿Qué hay que hacer con ellas? Son muchos los ecologistas que han salido a la calle con el lema «iNuclear, no!». Pero son muchos más los ciudadanos que 'no sólo no quieren renunciar a la electricidad fácil, segura, siempre disponible y relativamente barata, sino que además hacen un mal uso de ella, derrochándola frívolamente.
No es este un problema menor que se resuelva por decreto, ni diciendo sí o no a lo nuclear. Es primordial que los científicos informen sobre la realidad de todas las fuentes energéticas y sobre los costes reales que hay que pagar según cada una de ellas, a fin de formar en los ciudadanos una conciencia energética basada en un trabajo serio de información.
La contaminación nuclear no tiene fronteras
Uno de estos costes es la contaminación. A partir del accidente nuclear ocurrido en Chernobil el 26 de abril de 1986, son cada vez más evidentes sus trágicas consecuencias: los casos de cáncer, leucemia y malformaciones genéticas se han incrementado de manera alarmante. Después de la avería del reactor número 4 de aquella central, una nube radiactiva pasó en primer lugar por encima de la región de Gomel, siendo la más afectada. Después afectó las regiones de Brest y Grodno, donde el incremento de casos no ha sido tan marcado. La contaminación radiactiva se extendió por el norte en la primera semana, pero el viento cambió de dirección a los seis días y los isótopos recorrieron 2.500 kilómetros, atravesando varios países de Europa. Una borrasca centrada en la isla de Sicilia llevó parte de la nube radiactiva a Cataluña, el País Valenciano y las islas Baleares, mientras otros cambios meteorológicos llevó parte de dicha nube a Grecia y Turquía. La lluvia radiactiva es mortal porque se introduce en la cadena trófica y allí sus efectos se ven enormemente amplificados.
Efectos de la radiación según la dosis en la salud
La radiación afecta especialmente al contenido de los cromosomas, o sea las moléculas de ADN que contienen la información genética. Según el SIU (Sistema Internacional de Unida-des), esta energía se mide en sieverts (1 Sv = 100 rems = 1 Joule/kg). Sus efectos sobre el organismo humano varían según la dosis recibida.
-De 2 milisieverts a 1 Sv, sus efectos a corto plazo son apenas perceptibles. A largo plazo existe riesgo de que se produzcan mutaciones (diversos tipos de cáncer, leucemias). En mujeres grávidas aumentan los riesgos de malformaciones cerebrales en el feto.
-De 1 a 3 Sv: Ligeras náuseas y vómitos que surgen entre las 6 y las 24 horas siguientes a la exposición radiactiva.
-De 3 a 5 Sv: Náuseas y vómitos de intensidad moderada. Enrojecimiento de la piel y caída de pelo en cualquier parte del cuerpo. Destrucción de la médula ósea, con trastornos en la sangre (anemia y disminución de glóbulos blancos). Los síntomas duran de dos a tres semanas. Es necesaria la hospitalización.
-De 5 a 10 Sv: Náuseas y vómitos continuos, incluso sanguinolentos. Diarrea también sanguinolenta. Ulceraciones en la boca. Quemaduras en la piel y caída general del pelo. Sólo un transplante de médula ósea puede ofrecer alguna esperanza de supervivencia.
Contaminación insidiosa
El científico Vladimir de Semir afirmó que no es exagerado decir que vivimos con la muy seria amenaza de que en cualquier momento explote en Europa una nueva «bomba» radiactiva como la de Chernobil. En efecto, muchas de las centrales de la antigua Europa del Este son del mismo tipo que la de Chernobil y además plantean deficiencias de funcionamiento que las hacen potencialmente peligrosas.
Pero la radiactividad, que es insidiosa porque no se ve, no tiene color, ni olor, ni sabor, y cuyos efectos pueden tardar varios años en manifestarse, no procede solamente de explosiones bélicas o accidentales, sino de los residuos derivados, directa o indirectamente, de las reacciones nucleares. Como ejemplo, basta recordar la incineración accidental, en Algeciras, de un aparato que contenía cesio radiactivo, ocasionó una nube radiactiva que, tras atravesar la Península, fue registrada en Francia, Italia y Suiza.
Tanto el deseable desmantelamiento de los misiles atómicos como el de las centrales nucleares son causa de problemas y de riesgos. Algunos países europeos han intentado librarse de su basura atómica llevándola en barriles a países africanos subdesarrollados, con el consiguiente escándalo cuando la maniobra ha sido descubierta. Otros han optado por hundirlos en el mar. Desde 1967, ocho países europeos han sumergido cerca de 100.000 toneladas de residuos de baja y media reactividad en una fosa marina de 4.000 metros de profundidad a 800 kilómetros de las costas gallegas. Los rusos, en cambio, siempre defendieron que no debía depositarse material radiactivo alguno en el mar, ni tampoco en la tierra cuando existiera el riesgo de que las radiaciones penetraran hasta las aguas subterráneas. Propusieron el almacenamiento en tanques o depósitos de cemento armado. Sin embargo, las radiaciones generan calor y pueden provocar en los tanques estados de ebullición que, en determinados casos, persistirán durante cien años.
La gran experiencia acumulada en las técnicas de perforación por la industria petrolera y del gas, aconsejan recurrir a un conjunto de perforaciones profundas (de unos 2.500 m) en cuyos pozos se descenderían directamente los cilindros de residuos radiactivos. ¿Es una solución segura?
Responsabilidad ante el futuro
Liberarse de los residuos atómicos podría ser una solución para el presente, pero implica una grave responsabilidad ante las generaciones futuras. Cualquiera que sea el método adoptado hay que tener en cuenta sus riesgos. Estos pueden ser de dos clases:
1. Sucesos catastróficos, como grandes terremotos, maremotos (tsunamis), erupciones volcánicas, caída de grandes meteoritos, etc.
2. Lenta degradación de las formaciones geológicas, erosión, infiltraciones de agua, etc. Por lo tanto, hará falta una investigación muy detallada y profunda del lugar escogido, ya que es innegable la capital importancia de parámetros tales como formación geológico, sus propiedades físicas y químicas, corrientes de agua, etcétera, para asegurarse de que las sustancias radioactivas no puedan volver a salir a la biosfera.
Esta investigación requerirá años y dinero, sin que pueda aceptarse que preponderen los criterios económicos. De ahí que sea cierto lo que, como ha sido dicho, es más costoso enterrar átomos vivos que faraones muertos.
La contaminación de las aguas de los océanos
Los alimentos provenientes del océano están sometidos igualmente a la contaminación radiactiva. Las plantas y los animales marinos extraen y concentran diferentes elementos radiactivos que penetran en el mar La concentración es acumulativa, aumentando a medida que se sigue su curso, desde el plankton microscesico hasta el pez comestible.
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Ecología y salud
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