El sistema inmunológico

El sistema de defensa del organismo se conoce como sistema inmunológico y está compuesto por los glóbulos blancos o leucocitos.

La misión principal de los glóbulos blancos es la de luchar contra los agentes causantes de la enfermedad. En nuestro organismo tenemos entre 8.000 y 10.000 leucocitos por mililitro, sin embargo, esta cifra aumenta de forma rápida cuando existe algún proceso infeccioso.

El mecanismo de defensa comienza cuando los leucocitos son atraídos al lugar de la infección por los productos de desintegración celular que resulta del daño causado por los agentes patógenos. Desde los vasos sanguíneos los leucocitos se desplazan, como las amebas, por su medio de locomoción, pseudópodos, hasta llegar al lugar de la infección.

Aunque no todos los glóbulos blancos actúan de la misma manera como veremos más tarde, una buena parte de ellos digieren al agente extraño (fagocitosis).

En el transcurso de una infección, los leucocitos empiezan a fagocitar estos gérmenes hasta llegar al extremo de envenenarse por las sustancias tóxicas contenidos en los microbios, provocándoles la muerte. Estos leucocitos muertos forman el llamado pus; sustancia blanquecina y densa.

Tipos de glóbulos blancos

Existen varios tipos de glóbulos blancos, pero en este artículo nos vamos a referir principalmente a dos de esos tipos: los polinucleares o granulocitos, y los linfocitos.

Los granulocitos son como la policía que se presenta de forma inmediata en el lugar del problema para intentar poner orden. La función de estos glóbulos blancos es la acción: ataque y defensa rápidos sin hacer distinciones. A este tipo de protección se le conoce por el nombre de inmunidad inespecífica y es posiblemente el sistema de defensa más importante del organismo.

Los leucocitos especializados

Aunque todos los glóbulos blancos se forman en la médula, los granulocitos pasan directamente a la circulación. Por otra parte, los linfocitos sufren otro proceso. Al igual que ciertos agentes de policía se someten a un proceso de instrucción especial y forman ciertos cuerpos de élite dentro de la seguridad nacional, de la misma manera los linfocitos van a ir a instruirse a otras partes del cuerpo. Unos, los llamados linfocitos T, van al timo, una glándula situada en el tórax, mientras que otros, los linfocitos B, se dirigen a un lugar que parece ser todavía no está muy claro según la ciencia médica, lo cual es lógico (no hay que dar pistas al enemigo).

Después de la preparación, los linfocitos se establecen en ciertos cuarteles generales, los órganos linfáticos, por lo general el bazo y los ganglios linfáticos, donde empiezan a desarrollar sus tareas de defensa, la llamada inmunidad específica.

Diferencia entre la inmunidad específica y la inespecífica

Analicemos la diferencia entre estos dos sistemas complementarios de defensa. En el caso de la inmunidad específica, cuando un agente patógeno ingresa en el organismo por primera vez, los linfocitos no intervienen como los granulocitos, es decir, de forma inmediata, más bien se limitan a reconocer e identificar al invasor. Esto es posible porque todas las células llevan unas sustancias químicas en sus membranas  llamadas antígenos. El reconocimiento de estos antígenos permite a los linfocitos elaborar el preciso material de defensa para combatir al agente extraño, es decir fabrican los anticuerpos, proteínas plasmáticas del grupo de las globulinas y que son autenticas armas tácticas. Por seguir con la comparación de la defensa de una nación, podríamos decir que los anticuerpos son verdaderas armas tácticas o estratégicas del servicio de inteligencia del sistema inmune.

Los linfocitos T y los linfocitos B

Veamos la diferencia ahora entre los linfocitos T y B. Los linfocitos B se dedican a la fabricación de anticuerpos, y por lo tanto, son importantísimos en la eliminación del material extraño que circula por nuestro cuerpo, como pueden ser las bacterias. Los linfocitos T no fabrican anticuerpos, pero son como la CIA, especialistas en sistemas de información.  Estos linfocitos T detectan a los agentes extraños, incluidos hasta los que se cuelan en el interior de las células. Nos protegen contra los virus, tumores y se encargan de rechazar el tejido de los trasplantes.

Además los linfocitos T tienen memoria; es decir, se acuerdan de si un microbio o agente patógeno entró en el organismo con malas ideas. Podemos decir que los linfocitos T los tienen fichados, de modo que si vuelven a entrar en el organismo el sistema inmune dará una respuesta rápida y contundente. Por esto entendemos el motivo por el que determinadas enfermedades, como por ejemplo el sarampión, se producen solo una vez, pues los agentes causantes de la enfermedad ya están fichados y no se les va a volver a permitir que nos hagan padecer otra vez la enfermedad. A esto es a lo que se conoce por la ciencia médica como inmunidad.

La inflamación como mecanismo de defensa

Si algún patógeno consigue atravesar las barreras defensivas naturales (piel, mucosas), el organismo reaccionará con la inflamación. La inflamación no es más que un recurso del organismo que tiene como objetivo detener el avance de los extraños patógenos, aislándolos y si es posible eliminándolos sobre el terreno. En este caso lo que sucede es que los vasos sanguíneos se dilatan (por eso se produce el enrojecimiento y el calor), y por estos vasos llegan en masa los neutrófilos o macrófagos para acabar con los agentes invasores.

Los linfocitos como servicio secreto

Mientras que los neutrófilos están combatiendo cuerpo a cuerpo con los agentes patógenos, los linfocitos tratan de descubrir el antígeno del microbio. De esta manera podrán fabricar los anticuerpos para destruirlos. Es decir, tratan de descubrir su punto débil para después dar justo en el blanco sin tener que luchar tanto.

Una vez que los linfocitos T descubren el antígeno, ahora la información pasa a los linfocitos B, como hemos dicho especialistas en cuestiones de armamento. Con la información a su disposición se ponen a fabricar el anticuerpo específico en cuestión. Una vez fabricado el anticuerpo, cuando llegan al lugar del combate, los anticuerpos se fijan sobre los antígenos de los microbios y los paralizan. Una vez cercado y paralizado, los neutrófilos o granulocitos acabarán de darles una paliza, de rematarlos y de limpiar el campo de batalla de los agentes invasores. La batalla ha concluido felizmente con la victoria para nuestro sistema inmune.

Como se puede observar por esta descripción que hemos hecho del sistema inmune, la batalla que se libera en nuestro organismo no es una guerra a base de puñetazos, o de ver quién es el más fuerte, por el contrario, es toda una guerra de estrategia, científica, con células muy especializadas.

Cuando el sistema inmune es derrotado

Ya hemos visto lo maravilloso que es nuestro sistema inmune, sin embargo, a veces las cosas se complican. Puede ocurrir que nuestro sistema inmune no esté a la altura de lo que de él se espera. No hay que echarle la culpa a él, la mayoría de las veces somos nosotros los que no estamos a la altura de lo que deberíamos hacer para cuidarlo, y lo arruinamos con nuestros hábitos de vida (nutrición equivocada, falta de vitaminas y minerales, poco descanso, estrés emocional, tabaco, alcohol, contaminación, etc., etc.)

Los fallos del sistema inmune se conocen con el nombre de síndromes de inmunodeficiencia y producen como consecuencia la invasión del organismo con todo tipo de gérmenes. Lo bochornoso del caso es que no se trata en muchas ocasiones de gérmenes muy virulentos, sino de enemigos de poca monta, oportunistas que en condiciones normales nuestro sistema inmune los borraría de un plumazo, de hecho ni se atreverían a asomarse en el interior del cuerpo.

Veamos dos ejemplos de esto. Dos causas que pueden producir el síndrome de inmunodeficiencia son: la leucemia y el SIDA.
La leucemia es una enfermedad que se destaca por la proliferación exagerada de cierto tipo de glóbulos blancos o leucocitos. Alguien podría pensar que mejor para nosotros, ¡cuánto más leucocitos tengamos pues mejor! Pues no, todo en su justa medida. Resulta que los glóbulos blancos que se reproducen de esta forma tan descontrolada son unos inútiles ya que no sirven para combatir. Pero lo peor no es eso, sino que entorpecen el correcto funcionamiento de la médula ósea a la hora de crear a los glóbulos rojos y a las plaquetas. Esto resulta en que además de que no nos defienden de la manera correcta, nos llevan a la anemia y a las hemorragias. Está claro, la leucemia es una auténtica estupidez.

El SIDA, o síndrome de inmunodeficiencia adquirida, es una enfermedad que la produce un virus. Parece que ser que este virus tiene una predilección por los linfocitos T. El virus se instala cómodamente en el linfocito y, encima le obliga a producir otros virus como él. Como consecuencia de tener que realizar un trabajo para el que no están preparados, los linfocitos T mueren en el intento. Como consecuencia, el sistema inmune se ve desprovisto de este cuerpo de élite del que ya hemos hablado anteriormente. Por lo tanto, los agentes patógenos y las células malignas proliferan y acampan a sus anchas. Esta es la razón por la que el SIDA se manifiesta en el organismo en forma de infecciones y tumores.

Aunque la medicina actual sigue tratando de ayudar al organismo en la lucha contra estas enfermedades –leucemia y SIDA- todavía son enemigos peligrosos.

Bueno, después de este repaso del sistema inmune, ¿no siente la necesidad de cuidarlo de la forma que se merece? Sin lugar a duda su sistema inmune está a su servicio, sin él somos carne de cañón de un sinfín de infecciones  y moriríamos rápidamente. Pues bien, si hemos despertado su deseo por cuidarlo convenientemente le animamos a leer el siguiente artículo: El sistema inmunológico: cómo funciona, cómo mejorarlo

A continuación le subimos un video hecho por nosotros de dos leucocitos (inmunidad inespecífica) en medio de numerosos glóbulos rojos.

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