Las enzimas son grandes moléculas de proteínas que actúan como catalizadores, acelerando las reacciones químicas de la digestión.
Si no fuese por las enzimas, no solo las digestivas, las reacciones químicas del organismo no serían lo suficientemente rápidas como para que el organismo pudiera cumplir sus funciones.
Después de años de investigación, se sabe que casi todos los complejos procesos químicos del cuerpo son iniciados y controlados por la actividad de las enzimas.
La digestión en la boca y la amilasa
La primera enzima en el proceso digestivo que entra en acción es la amilasa salival. Cuando la comida entra en la boca, en las glándulas salivales se produce, en pequeña cantidad de esta enzima.
Actúa en una parte del almidón presente en la comida y descompone el almidón en moléculas más pequeñas. La amilasa es una enzima que deja de actuar en un medio ácido como es el estómago, pero sus efectos perduran hasta que los jugos ácidos penetran en el interior de la bola de comida que había formado en la boca.
La digestión de las proteínas en el estómago y la pepsina
Cuando el alimento llega al estómago se encuentra con la pepsina. Esta enzima es la responsable parcial de la descomposición de las largas moléculas de las proteínas en aminoácidos más asimilables. La pepsina para poder ejecutar su acción de descomposición necesita un entorno extremadamente ácido, y esto lo encuentra justo en el estómago. En el estómago hay otra enzima, la renina, que coagula la caseína, la proteína básica de la leche.
La digestión de las proteínas en el duodeno y las enzimas pancreáticas
Cuando el bolo alimenticio llega al duodeno, es atacado por toda una batería de enzimas elaboradas en el páncreas y las paredes del duodeno y del intestino. Todas estas enzimas necesitan un medio ligeramente alcalino para cumplir su labor. De modo, que la mezcla ácida del estómago es transformada por el jugo alcalino que el páncreas vierte al duodeno a través de la ampolla de Vater.
El páncreas también elabora otras dos enzimas: la tripsina y la quimotripsina. Estas enzimas siguen descomponiendo las proteínas en secciones más cortas que los aminoácidos sueltos puedan ser absorbidos por el intestino delgado. Pero el proceso es tan complejo, que para llegar a su conclusión se necesitan otras dos enzimas: peptidasa y dipeptidasa, producidas por la pared intestinal.
Sin embargo, en este proceso de la digestión de las proteínas hay una curiosidad. El páncreas como la mayoría de los órganos está constituido por proteínas. Si las enzimas pancreáticas fueran excretadas dentro del páncreas en forma activa, podrían digerir el propio páncreas o el conducto que une el páncreas con el intestino. Para que esto no suceda el páncreas elabora las enzimas en forma inactiva, y cuando el jugo pancreático llega al intestino se activan para cumplir su misión de descomponer las proteínas. En el páncreas lo que se elabora es el tripsinógeno y el quimotripsinógeno, compuestos inactivos, que al llegar al duodeno son activados por otra enzima llamada enterocinasa, elaborada en la pared duodenal.
La digestión de las grasas y la lipasa
Ya sabemos que la grasa y el agua no se mezclan. La grasa tiende a posarse en el intestino en forma de glóbulos, y la enzima que tiene que descomponer estos glóbulos de grasa en compuestos muchos más pequeños y absorbibles es la enzima lipasa, también producida por el páncreas. Para que la lipasa pueda realmente descomponer la grasa es preciso que antes se emulsione. Esta ayuda la realiza la bilis almacenada en la vesícula biliar y generada por el hígado. La función básica de la bilis es dividir los glóbulos de grasa en gotitas lo suficientemente pequeñas como para que la lipasa actúe sobre ellas.
La digestión de los hidratos de carbono
Ya hemos dicho que los hidratos de carbono empiezan su digestión en la boca por la acción de la amilasa. Para terminar la digestión de los carbohidratos el páncreas también elabora otra enzima parecida a la anterior: la amilasa pancreática. Gracias a la acción de estas enzimas, los almidones de la comida se descomponen en azúcares simples como los disacáridos y los monosacáridos, en especial el denominado, maltosa. Para que la final los disacáridos sean totalmente descompuestos en monosacáridos, en la pared del intestino delgado hay otra serie de enzimas específicas para cumplir esta misión final. Estas enzimas son: maltasa, sucrasa y la lactasa.
La absorción en el intestino delgado
El intestino delgado es un tubo con una dimensión de unos 7,5 metros de largo y de 2,5 cm de diámetro en su interior. Tiene tres partes bien diferenciadas: el duodeno de unos 30 cm de largo, el yeyuno de unos 3 metros; y el tramo final, de unos 4,5 metros, formado por el iléon.
Pero el diseño del intestino delgado es algo que no debe pasar desapercibido. Un tubo tan largo, con tantos pliegues como tiene, podría llegar a retorcerse y provocar un bloqueo. ¡Pero no es así! El intestino delgado está anclado a la parte posterior del abdomen por una estructura llamada mesenterio. El mesenterio es un tejido membranoso que no sólo mantiene el intestino delgado en su sitio, sino que además, gracias a sus numerosos vasos sanguíneos, transporta nutrientes y oxígeno al intestino.
Pero además de esto, el intestino delgado tiene una superficie interna diseñada para llevar a cabo la máxima absorción. Su mucosa está formada por unos pliegues epiteliales que a su vez, vistos al microscopio, están constituidos por las llamadas vellosidades intestinales. Estas vellosidades sobresalen del lumen, o sección central del tubo intestinal. Pero si profundizamos en el diseño de las vellosidades intestinales descubrimos que cada vellosidad a su vez está formada por las llamadas microvellosidades. Esto permite que la capacidad de absorción intestinal de nutrientes se multiplique por 200 veces más que la superficie completa de la piel.
Si el intestino delgado fuera un tubo simple sin más, tendría una superficie de algo más de 3 metros cuadrados. Sin embargo, gracias a los pliegues, vellosidades y microvellosidades, la superficie de absorción llega a alcanzar unos 250 m2, más grande que una pista de tenis. Además de facilitar la absorción de nutrientes hace posible la correcta digestión, ya que una buena cantidad de enzimas cumplen su función dentro de las microvellosidades.
Una vez que se ha producido la descomposición de la comida en sus componentes básicos, solo queda que los capilares sanguíneos de las vellosidades intestinales los absorban. Estos nutrientes absorbidos en el intestino son transportados por la sangre a través de la vena porta al hígado, donde se producirá una nueva reorganización química para satisfacer las necesidades del organismo.
La malabsorción intestinal
El intestino delgado es de los órganos que rara vez causas problemas, de hecho casi no se oye hablar de un cáncer de intestino delgado, aunque se produce.
Lo más normal es que la principal enfermedad del intestino delgado esté relacionada con la manera como el intestino descompone y absorbe la comida. A este trastorno se le conoce por el nombre: malabsorción; y dentro de este trastorno está principalmente la deficiente absorción de las grasas.
Algunos síntomas de la malabsorción de las grasas consiste en deposiciones voluminosas y malolientes que flotan en el inodoro. Esto es debido al alto contenido de grasa en las heces.
Otros síntomas de mala absorción intestinal son:
- Pérdida de peso por falta de nutrientes
- Anemia por mala absorción de hierro y ácido fólico
- Trastornos en los niveles de calcio por mala absorción de la vitamina D (liposoluble)
Además de estos problemas, el más importante es sin duda la enfermedad celíaca o enteropatía del gluten.
Para conocer más sobre esta enfermedad visite el siguiente artículo: Intolerancia al Gluten. Celíacos. Síntomas y diagnóstico
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